La armadura del penitente

28 Jul 2023

Por Alejandro Lodi

“…Las almas repudian todo encierro…”

Luis A. Spinetta

Una meditación acerca de un tiempo universal: el tránsito de Neptuno por Piscis -desde 2011 hasta 2025- como parte de un proceso, ya no local o personal, sino planetario o colectivo.

En la película La Misión un asesino pide a un sacerdote que lo absuelva de su culpa. La penitencia consiste en cargar una armadura durante una larga travesía. La arrastra penosamente cruzando aguas. La asciende con esfuerzo por montañas. Hasta que el sacerdote decide que es suficiente y en un seco gesto amoroso corta la soga que lo une al lastre. El asesino, liberado al fin del peso de su culpa, contempla la armadura cayendo al río y despedazándose contra las piedras. No lo invade la alegría. Una conmoción lo atraviesa y lo dobla en llanto. Todo aquel esfuerzo deshecho en segundos. Su liberación es una pérdida. Su liberación es una conversión. Su liberación no es un beneficio a su persona. Es un compromiso con una nueva vida sin opción de retorno.

¿Qué simboliza esa armadura del penitente? ¿Qué representa ese lazo que une a la conciencia con su lastre? Es el lazo que nos une a la identidad conocida, a la imagen de nosotros mismos que afectivizamos porque nos brinda la sensación de identidad, de ser alguien y calmar así esa angustia existencial pavorosa que a todos nos atraviesa. La estructura del ego consciente resguardándose del misterio inconsciente. La seguridad de la isla frente a la amenaza del océano que la rodea.

Pero en tiempos de XII, en tiempos de Piscis, esa protectora armadura comienza a ser vivida como la fuente de un sufrimiento del que el alma pide liberarse. El alma necesita liberarse de aquello que da seguridad a la personalidad. Los tiempos de XII son momentos para hacer explícita esta percepción. Sentir que no hay otra opción más que disponerse a la pérdida de la certidumbre conocida y confiar en lo hasta ahora temido, porque la seguridad del suelo continente se ha agotado y para vivir se está obligado a bucear en aguas misteriosas. La vida en la isla del ego se ha convertido en un infierno. No hay opción. Es el momento oportuno del perdón, la purificación y la conversión. De revelar lo sagrado de aquello hasta ahora profano, oculto, no visible a la conciencia. Y esa es la raíz de la palabra sacrificio: sacro-oficio, hacer sagrado, revelar la dimensión sagrada (y hasta ahora oculta) de los hechos.

Revelarnos y florecer a esa dimensión sagrada implica quedar expuestos a un vacío. Atrevernos a ver la armadura de nuestras ideas y emociones que nos han dado seguridad cayendo ahora a las aguas. Sentir la ambivalente sensación de liberación y pérdida, de vitalidad sin referencias conocidas. Liberarnos del yugo de aquello que supo protegernos y cobijarnos, pero que hoy queda expuesto como fuente de pesadillas, de sufrimiento, de muerte.

Consumación de un proceso planetario

“…Pero hay un nivel más elevado, por ser más inclusivo, que el de las culturas locales o incluso que el de las razas (…) y los continentes. (…) El nivel de la Tierra como organismo planetario. En este nivel, la Mente no obra como servidor de los egos individuales o de las situaciones en el tiempo histórico o en el espacio local. (…) Ella obra en términos de conciencia planetaria…”.

Dane Rudhyar.

La lógica circular de la astrología promueve la percepción de la polaridad como una dinámica de oscilación e interpenetración, como un juego de luz y sombra que no requiere ser resuelto gracias a “traer a la luz toda la sombra que me falta integrar…”. Aunque pueda representar un intento muy noble, “traer la sombra a la luz” expresa la voluntad de mejorar, no de transformarse. Y la percepción de luz y sombra es un símbolo de transformación, no de mejoramiento. ¿Por qué? ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que se trata de una dinámica que muestra que la sombra que se hace explícita se corresponde con una luz. Es la sombra de esa luz. Hacer contacto con lo que sombríamente proyectamos en nuestros vínculos y en nuestros hechos de destino va a exigir transformar la imagen que tenemos de nosotros mismos.

En nuestra lógica mandálica, en tramos breves del desarrollo de conciencia el movimiento se muestra lineal y se superan obstáculos. Pero en tramos expandidos el movimiento se evidencia en espiral y se disuelven supuestos inconscientes. En lo breve el camino parece recto, en lo expandido se explicita curvo. En el movimiento lineal del desarrollo se mejoran conductas, en el despliegue en espiral se transforman hábitos de percepción.

Se trate de procesos individuales, nacionales o planetarios, los tiempos de XII, los tiempos de Piscis, representan finales de ciclos. El pasado regresa y la circularidad “del tiempo expandido” se hace manifiesta. La fase XII de un proceso es un símbolo. Como tal, su cualidad y significado puede aplicarse al período en que un planeta transita la casa XII de una carta natal (sea de una persona o de una comunidad) o recorre el signo de Piscis en su ciclo zodiacal (iniciado con el tránsito por Aries).

A escala planetaria, desde 2011 y hasta 2025, Neptuno transita Piscis, consumando todo un ciclo iniciado hacia 1860, cuando comenzó a transitar Aries.

Llega a su final un aprendizaje colectivo -de más de 160 años- acerca de Neptuno. Son tiempos de asumir la “metabolización psíquica” que, como humanidad, hemos sido capaces de llevar a cabo acerca de lo que ese planeta simboliza: la sensibilidad del alma humana a los misterios profundos de la vida, la capacidad de responder a percepciones que trascienden nuestros condicionamientos de subsistencia más primarios, el talento para florecer a una amorosidad compasiva que disuelva todo borde separativo personal, la cualidad para abrir la confianza en un cosmos inclusivo y abundante más allá de todo miedo.

Los tiempos de XII (y los tiempos de Piscis) propician también purificación y limpieza de cargas psíquicas. Tiempos de agotamiento de hechizos. O de refuerzo del lazo que nos une a ellos. Y los desafíos a escala social no difieren de los personales. La astrología nos invita a disolver fronteras, a percibir que aquello que en una dimensión está separado, en verdad, profundamente, participa de un mismo proceso. La astrología habilita una percepción que disuelve la frontera entre cielo y tierra, entre mundo interno y mundo externo, entre identidad y destino, entre experiencia personal y experiencia colectiva. Para meditar acerca de los procesos de nuestra comunidad humana no es necesario otro ejercicio que mirar hacia el propio corazón. Comprendiendo uno se comprenderá el otro. Transformando uno se transformará el otro.Vivimos tiempos en los que recrudecen conflictos raciales, religiosos, ideológicos y nacionales. Agotar un ritual colectivo como la guerra de clanes o tribus requiere de toda nuestra sensibilidad y capacidad de discernimiento. Es un ejercicio que no puede evitar la necesidad de meditar acerca de las dimensiones más oscuras del natural y legítimo sentimiento comunitario de raza, religión, ideas y nación. Cuanto más se enfervoriza y cierra sobre sí misma, la luz del orgullo racial, religioso, ideológico y nacional muestra como sombra conflicto y guerra. La excitación de luchar contra los enemigos proyecta como sombra la incapacidad de vincularse y la omnipotencia narcisista de un mundo “sólo habitado por mí (o mi clan)” o “por los que sienten como yo (o mi clan)”. El encanto de la pertenencia genera el espanto de la exclusión.

Y no se trata de no tener un sentimiento racial, religioso, ideológico o nacional. Incluso, en casos extremos, no se trata de no participar de guerras. Se trata de ya no poder festejarlas. Se trata de sentirlas como una pesadilla de la que no sabemos despertar. Y ese sentimiento inicia la fase del hastío por aquello mismo que antes encendía de entusiasmo. La fase XII es también la de la náusea. El rechazo –orgánico y vivencial-  por lo mismo que antes nos atraía. No puede disolverse el horror de la guerra sin cuestionar nuestra fascinación (vigente) por la pertenencia gregaria y el repliegue clánico. 

Esta reflexión excede los rasgos de una comunidad humana en particular. Es un conflicto que anida en el alma de la humanidad. ¿Qué es evolución? ¿Cómo significar el progreso de la conciencia humana? ¿Representa una mejora pasar de matar a miles de personas con el filo de las espadas y las llamas de las hogueras en un baño de sangre que duró todo el día y la noche del 15 de julio 1099 en Jerusalén, a hacerlo con una bomba atómica en apenas pocos minutos el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima? ¿Es un progreso tal eficiencia en la aniquilación? ¿Marca una evolución la reducción de crueldad que supone esa ejecución súbita? La evidencia de que no lo es representa la caída del mito positivista en el siglo XX. Todo nuestro progreso tecnológico e intelectual, ¿qué capacidad de respuesta muestra frente al tema del apego emocional, el celo tribal, el fundamentalismo de las creencias y el miedo a la muerte?

Hay diferencias entre Jerusalén de 1099 e Hiroshima de 1945. Sin embargo, la reacción arquetípica al hechizo de la purificación por exterminio es trágicamente parecida. En eso consiste la caída de la percepción lineal y el florecimiento de la percepción circular o mandálica. En astrología, el agotamiento de un proceso en fase de XII nos ubicará en un nuevo comienzo, a ver las cosas desde “cero” otra vez, capitalizados (o indigentes) de aquello que ha sido desarrollado (o frustrado) en el proceso que se ha consumido.

Con Neptuno en Piscis, desde 2011 a 2025, ¿de qué fantasías tenemos oportunidad –en tanto humanos- de liberarnos hoy? ¿Qué viejos fantasmas cobran vida, poniendo a prueba su poder para dominar nuestra acción consciente? ¿De qué hechizos (materiales, ideológicos o espirituales) nos mantendremos aún cautivos por no poder, no saber o no querer liberarnos? ¿Nos consta en nuestra vivencia emocional que la vida es más creativa que nuestros miedos? ¿Confiamos en que el sentido florece del vacío?

Encantarnos con imágenes puede resultar estimulante para la acción. Hasta el punto en que descubrimos que esa misma imagen es atrapante y que debemos liberarnos de ella… Y nos encantamos con otra imagen que vuelve a estimularnos. Hasta que descubrimos que nos atrapa. Y entonces nos liberamos… Y nos encantamos con otra imagen que vuelve a estimularnos. Hasta que descubrimos que nos atrapa. Y entonces nos liberamos… Y nos encantamos con otra imagen que vuelve a estimularnos. Hasta que descubrimos que nos atrapa. Y entonces nos liberamos… Hasta que…

En otra película, El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin, también conocida como Las alas del deseo), un ángel anhela encarnar. Se le cumple su deseo y para que “se las empiece a arreglar” en las cuestiones del mundo “le tiran” una armadura por la cabeza. De la herida que le provoca comienza a salir sangre: la primera evidencia de que ha cobrado (¡al fin!) vida humana.

La armadura.

La sangre.

El viaje que conduce a un principio.


Alejandro Lodi

Nacido en Buenos Aires Alejandro investiga en Astrología desde 1987. Durante 18 años fue docente de la escuela CASA XI. En la actualidad colabora en las formaciones en astrología humanística en las escuelas CONSIDERAL y AUREA. Autor de “Los ciclos del poder en Argentina” (Kier), “Quirón y el don de la herida” (Kier) y “Astrología, conciencia y destino” (Kier), de “La Carta natal” (Kier) junto a H. Steinbrun e I. Gonzalez y de “Tarot y astrología” (Kier), “El zodiaco y las relaciones” (Kier) y “Cada siete años” (Aguilar) con Beatriz Leverato. Desde 2010, en su blog “Alejandro Lodi, astrología. Una experiencia del alma” publica sus artículos, narraciones y videos. www.alejandrolodi.wordpress.com

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