Lógica del objeto de información

19 Jul 2023

La astrología como puente

Por Martina Carutti

Los principales problemas de la humanidad como especie surgen de la lógica a partir de la cual nos pensamos a nosotros mismos y al mundo, y más profundamente, el modo en que nos percibimos y nos sentimos, teniendo en cuenta que los sistemas cognitivos constituyen una unidad ideica-perceptual-emocional-sensorial. 

Los seres humanos hemos acordado colectivamente, desde la función del sistema que se encarga de ello, a la que llamamos habitualmente “yo”, que somos entidades separadas las unas de las otras, y por lo tanto, en última instancia, objetos. Esta lógica, a la que llamaré “lógica de los objetos”, implica la modalidad de interacción y construcción de la realidad fundada en la lucha de poder entre posiciones, la competencia, la posesividad, la ambición, el apego y demás variables que son la base de las dramáticas humanas a través de los tiempos. Estos problemas no tienen solución posible dentro de esta lógica porque justamente esta lógica estructuralmente los contiene y los provoca. Entonces solo sería posible encontrar la solución en una nueva lógica.

La respuesta al problema, o aprendizaje necesario, no puede, en este caso, encontrarse en el mismo nivel en el cual el problema se plantea. Siguiendo a Bateson, diremos entonces que será necesario desarrollar un aprendizaje de nivel III, es decir, propiciar la emergencia de un nuevo contexto lógico en el cual las partes en conflicto se reordenen y adquieran una nueva significación.

¿Será posible entonces plantear una nueva lógica, un nuevo contexto, para pensarnos, y luego sentirnos, a nosotros mismos, ya no como meros objetos sino como información que circula en la red de la existencia? Esta lógica diferente implicaría otra modalidad de interacción entre seres humanos: una interacción amorosa y una  comprensión de la realidad más acorde a las necesidades planetarias de hoy.

Investiguemos un poco de dónde viene la percepción de ser objetos y si es posible que otra percepción pueda emerger. Un ser humano es un sistema complejo que excede a la habitual idea de “yo” que manejamos cotidianamente para dar cuenta de lo que somos. Sin embargo nos pensamos-percibimos-sentimos a nosotros mismos como meros “yoes”, básicamente porque es desde esa  función del ser,  la función de autoconsciencia, desde la cual nos percibimos a nosotros mismos. 

Demos un rodeo para pensar un poco acerca de este  yo que postulamos antes de continuar. Podemos decir que un ser humano es, en un plano o nivel, un cuerpo; esto es, una entidad material ubicada en un determinado espacio-tiempo. Este cuerpo incluye como órgano central para su funcionamiento un cerebro: tejido celular específico (neuronal) de alta complejidad.  Un cerebro-cuerpo, que estructuralmente existe en permanente intercambio con otros cerebros-cuerpos,  produce un “yo” que voy a definir, en principio, como el complejísimo circuito neuronal que  registra, inscribe o conserva en lo que denominamos memoria un conglomerado de datos acerca del cuerpo en el que tiene lugar ese circuito neuronal. La construcción de este circuito conlleva un largo proceso interactivo, es decir, que se produce en el interior de la “manada” humana. Así, el yo es producto o resultado de una compleja interacción entre seres humanos.

Someramente podemos decir que un cuerpo inmerso en la manada recibirá a través de los sentidos la información circundante y generará respuestas o reacciones que se organizarán en forma de lo que denominamos sensaciones. A través del proceso o función de la memoria, las sensaciones que se producen en ese cuerpo como reacción a su “ser-estar” en el mundo se registrarán o conservarán y se irán  clasificando de acuerdo a si resultan placenteras o displacenteras, es decir, si gratifican o no al cerebro que las registra. Por ejemplo, la sensación de hambre que genera un determinado circuito neuroquímico displacentero y que se aplaca con la ingestión de alimento, lo que genera un nuevo circuito neuroquímico placentero.

Estos primeros registros o marcas sensoriales constituyen las bases para que el cerebro construya una imagen del cuerpo que lo contiene a partir de las imágenes que percibe de los otros cuerpos en la manada. Este es el proceso de identificación-desidentificación, estadio del espejo desarrollado en el psicoanálisis de Lacan. Así, el cuerpo como entidad material biológica termina siendo, a su vez, una idea-pensamiento, una realidad inmaterial-imaginaria, un cuerpo-imagen reflejo del cuerpo material conservada en la memoria, lo que en psicoanálisis se denomina narcisismo.

A esta imagen se ligará el nombre que  la manada-familia “le puso” a ese ser, y un relato verbal más o menos lineal que organizará en forma de historia las experiencias atravesadas por ese cuerpo en su ser-estar en el tiempo-espacio. El yo será entonces, también, aquella función del ser que registra en la memoria las vivencias que el cuerpo atraviesa, y las transforma en experiencias-recuerdos-relatos.

Así, el yo es una idea-pensamiento-constructo mental, que se vuelve sobre sí mismo, se piensa a sí mismo. Es pensamiento-idea acerca del cuerpo que piensa. El pensador es lo pensado. El cuerpo se piensa a través del cerebro, que es el órgano del cuerpo que posee esta facultad, y con ese pensamiento crea tiempo mental, es decir, se recuerda en el pasado y se proyecta en el futuro. De esta manera, el ser humano deja de ser meramente un cuerpo material presente en un determinado espacio-tiempo y pasa a ser también las ideas que ese cuerpo genera acerca de sí mismo y lo que lo rodea.

Esta complejidad estructural del ser humano (imbricación de un plano material-concreto y un plano imaginario organizados a partir de categorías simbólicas que estructuran la manada) trae diferentes consecuencias que la psicología moderna ha investigado, discriminando lo que consideramos psicopatologías e intentando curarlas. Sin embargo, en este ensayo no apunto a investigar lo psicopatológico, sino la lógica de funcionamiento en la que estamos inmersos como especie y las consecuencias que conlleva a pesar de no ser consideradas patológicas por la civilización. 

La manada humana establece acuerdos perceptivos a partir de los cuales crea la realidad. El acuerdo básico es aquel que hace que cada cuerpo se perciba como una entidad u objeto autónomo discriminado de los demás, una especie de círculo cerrado que posee un “interior” claramente separado del “mundo exterior” habitado por otras entidades u objetos. Esta es la función principal del yo que, evolutivamente, ha posibilitado el desarrollo de diferencias y singularidades en el interior de la manada (astrológicamente hablamos de un nivel de pasaje de Cáncer a Leo). 

Ahora bien, al pensarnos y percibirnos a nosotros mismos como objetos recortados del espacio, organizados en una lógica adentro/afuera claramente definida, pensamos y percibimos a los otros como tales. En la memoria se conserva la “propia” imagen y la imagen de los que “me” rodean. Cada imagen-entidad está asociada a una historia, un relato, afectos y roles arquetípicos. En otros ensayos hemos denominado a esta estructura como burbuja-coraza, y desarrollamos cómo se daba la interacción entre humanos mediada por esta burbuja-coraza virtual compuesta por ideas, fantasías, ilusiones, deseos. La contundente percepción de base corporal nos hace muy difícil percibirnos como algo diferente a una entidad. Sin embargo, el error lógico parecería ser el de la cristalización de la información que el cuerpo genera: la cristalización de ideas, fantasías, deseos. Si esta información es creada interactivamente, en el espacio potencial del vínculo, el “entre”, ¿por qué el cuerpo se identifica con ella y la entifica, la cristaliza, detiene un potencial flujo?

En esta lógica de objetos, la interacción se organizará entonces a partir de que a una entidad u objeto dado le resultarán apetecibles o rechazables los demás objetos, en tanto supone que obtendrá del contacto con ellos placer o displacer. Así se arma un circuito polarizado entre lo que denominamos deseo (en tanto expansión, acción de ir hacia otro objeto) y miedo-rechazo (en tanto contracción, retirada-huida-evitación del objeto).

Necesitamos incluir en este circuito dos variables fundamentales. Una es la capacidad del yo-objeto para operar (en tanto cuerpo, gracias a la función de la mano) sobre los otros objetos concretos del mundo y modificarlos. Otra es la variable tiempo psicológico, como aquella capacidad para recordar el pasado e imaginar-fantasear el futuro. De acuerdo a esto, observamos cómo cada yo-objeto, en arreglo con los acuerdos que se establecen en la manada de la cual es producto y que lo condicionan, construirá una serie de anhelos, ilusiones, planes con la creencia de que puede construir el mundo a su antojo.

La lógica del yo, o que hemos llamado de los objetos, entonces, es la lógica que sostiene que un ser humano es una entidad capaz de controlar-modificar su entorno a su antojo, incluso otros seres humanos. Toda la dinámica del poder, la posesividad, la ambición, la competencia, los celos, el dominio, está basada en la creencia de que somos entidades separadas que podemos lograr lo que nos proponemos, punto en el cual los otros serán percibidos como objetos que nos “sirven” o no para cumplir con nuestros objetivos.

Dentro de esta lógica no hay manera de escapar de las coreografías arquetípicas. El otro es un objeto en mi mente, el Yo (el objeto en mi mente que creo ser) lo desea o le teme; si le teme huye o trata de controlarlo, si lo desea se acerca y ¡también trata de controlarlo! Todo se complica cuando se desea y teme al mismo objeto al mismo tiempo…

Asimismo, el yo sospecha o teme que será objeto de dominio y de control del otro, con lo cual se protegerá y defenderá. La paradoja insalvable es que ese Yo existe en tanto tal como producto de la apropiación-dominio-control que la manada hizo, y hace en la permanente interacción humana, del cuerpo-cerebro en el cual tiene lugar como circuito neuroquímico. Entonces hace estrategias para lograr sus objetivos. El Yo en sí mismo es la estrategia. De ahí los pactos inconscientes de control que establecemos entre humanos cuando parece que nos amamos, y las luchas encarnizadas cuando decimos abiertamente que nos odiamos y defendemos “nuestra” posición. (No nos olvidemos aquí de a qué llamamos posiciones: ubicaciones en la manada que representan discursos humanos ancestrales o tendencias que se  adhieren al Yo y a los que el Yo adhiere).

Esta lógica funciona así. No tiene salida. Es inútil tratar de resolver los problemas en este plano. Es, nuevamente siguiendo a Bateson, un doble vínculo. Por lo tanto, la única respuesta posible, como se mencionaba más arriba, es crear un nuevo nivel lógico en el cual la lógica del Yo, en todo caso, funcione como interfaz entre la lógica de la materia y la lógica de la información dinámica, en lugar de quedar amalgamada a la lógica corporal que crea la lógica de las entidades-objetos con su dinámica de interacción específica y defectuosa: entidades separadas que se vinculan como dos círculos cerrados a través de una línea, intentando dominarse unas a otras, sin generar más que paranoia y estrategias de defensa.

¿Entonces?

Entonces, tal vez sea hora de repensar el ser y darnos cuenta de que el yo, la identidad, no puede ser un objeto-entidad cristalizado y cerrado, sino que la identidad inmaterial producto de cada cuerpo es un flujo de información interactiva, esto es, vincular, que se encuentra en el “entre” más de uno y es siempre nueva.

El ser humano es producto de una trama vital en permanente circulación, en permanente estado de muerte-vida. Si soy parte de una red no soy una entidad, en todo caso, en tanto entidad seré un canal a través del cual circula información. Para que esta idea se instale entre nosotros, tal vez podríamos comenzar a hacernos algunas preguntas en el vínculo mismo:

¿Soy un objeto o soy información? ¿El otro para mí es un objeto o es información?

¿Me dejo informar por el otro o lo manipulo para conseguir los deseos que gratifican al circuito cerebral “yo” en función de sus proyecciones virtuales?

¿Me ofrezco al otro como información, es decir, me abro sinceramente a dejar circular pensamientos y emociones o hago estrategias para lograr los objetivos que persigo?

Si el otro es información para mí y yo soy información para el otro, no hay nada que temer. No seré atacada, ni dominada, ni controlada por ese ser, sino que gracias al vínculo que establezcamos posibilitaremos una circulación fluida de información en la red. En esta lógica no hay juicio, no hay correcto o incorrecto, no hay dominio ni control posible. Sólo requiere renunciar a las certezas, a la ilusión de saber quien soy. Esto es vivido por el sistema cuerpo-cerebro como vértigo, incertidumbre, pero a la vez con una enorme sensación de vitalidad.

Si la existencia es un todo del cual formamos parte, es ridículo empeñarnos en ser un todo completo cada uno. La metáfora de ser seres-neuronas que hacen a una inteligencia más amplia nos obliga a asumir la responsabilidad de hacer fluir la información que somos. Cuanto más nos sintamos entidades separadas y nos ensimismemos en la burbuja de nuestras sensaciones autogeneradas, más estaremos generando una arteroesclerosis planetaria.

Creo que hacia allí va la evolución de la percepción: sentirnos información circulando en red. Pasar de la lógica de los objetos a la lógica de la información. Para ello la astrología se nos ofrece como un valioso puente, dado que nos permite comprendernos en tanto código de información. Lo que llamamos carta natal es un conglomerado de datos ordenados en patrones que se despliegan como vibración en la danza del sistema solar y se encarnan en cada cuerpo que emerge en la Tierra. Ahondar en la meditación de lo que la astrología nos comunica puede llevarnos a una percepción cabal que nos permita sentirnos información vital en circulación y perpetuo intercambio.

El primer paso es reflexionar y darnos cuenta de que el yo emerge del código, es decir, la carta natal es previa al sujeto que se manifiesta simplemente como un recorte de ella. El segundo paso en esa línea es captar entonces que aquello que nos acontece, a lo que llamamos destino, es la manifestación de lo que desconocemos de nosotros mismos. Así podremos hacer más porosas  las barreras entre quienes sentimos ser y las circunstancias de nuestra vida, y experimentaremos cada acontecimiento y cada vínculo como una fuente de información en la cual descubrirnos más allá de las fronteras de la interfaz del yo. Si somos información los unos para los otros en lugar de ser objetos, las excitaciones de nuestros deseos apropiativos y de control pueden mitigarse para que nos entreguemos al orden de la circulación amorosa. Pasaremos de darle a la astrología un uso al servicio del yo a una astrología que nos abra a sentirnos vínculo.


Martina Carutti

Martina Carutti nació en Buenos Aires, Argentina y creció entre astrólogos, experiencia que la llevó a aprender este lenguaje de manera cotidiana desde muy temprana edad. Formalizó su formación en Astrología en Casa XI entre los años 1994 y 1997. Paralelamente realizó la carrera de Psicología en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y obtuvo el título de licenciada en Psicología en 2001. Se ha dedicado a la clínica de niños y adultos y a la consulta interfamiliar en el ámbito privado e institucional desde entonces, así como también a la docencia universitaria (UBA) entre 2005 y 2010. Se ha formado también como terapeuta corporal en Bioenergética y en Vegetoterapia caracteroanalítica, y ha realizado estudios de Ensueño Dirigido. Participa activamente en el ámbito de investigación de Casa XI, donde formó parte del seminario experimental “La matriz de los arquetipos” y la experiencia “Inteligencia Planetaria”.
Se desempeña como psicoterapeuta y consultora en Astrología y como docente de Casa XI, donde imparte clases prácticas y teóricas, así como seminarios de posgrado, desde 2013.
Es autora e ilustradora del libro de astrología para niños “Viaje a través del Zodíaco”.

Contacto: www.casaonce.com – marticarutti@gmail.com